Desde el páramo hasta el Amazonas, desde el rascacielos a la humilde casita altiplánica, desde el campamento minero a la oficina urbana, hay un producto une a todos los bolivianos: el ungüento alcanforado conocido popularmente como Mentisan.
La “latita verde” festeja este 2012 sus juveniles 75 años. Es la marca que el boliviano reconoce inmediatamente y saber cómo utilizarla en cualquier punto del territorio nacional. La esconden las abuelitas en sus veladores, la guardan los emigrantes en sus morrales y la aprovechan los jóvenes marchistas cuando defienden los bosques.
Es el invento boliviano que llega a más ciudades, pueblos y comunidades, a 5.000 metros de altura o en plena selva tropical. Es, además, un producto de exportación con sello boliviano a países como Argentina, Paraguay, Perú, Estados Unidos, Alemania, y que llegó incluso hasta Dinamarca y países asiáticos.
Es el único producto boliviano que los comerciantes inescrupulosos de países vecinos han intentado falsificar para engatusar a los bolivianos emigrados que buscan afanados el ungüento.
Las historias y las estadísticas sobre este producto son infinitas. ¿Cómo llegó a esa cima? ¿Qué pasó desde que se llenó la primera latita hasta el funcionamiento del más moderno laboratorio de la industria farmacéutica boliviana? Nada fue fácil.
En el contexto complejo y difícil de la post guerra del Chaco que enfrentó a Bolivia con Paraguay, la fundación de la Droguería Hamburgo, el 15 de marzo de 1936, cambió la historia de la industria farmacéutica boliviana. Esa empresa desarrolló el Mentisan en 1937.
Los principios que anunció Ernesto Schilling desde la fundación de la empresa explican esta historia de 75 años. Desde el inicio, Ernesto se hizo un juramento que sería como un sello en la historia de su industria: disciplina; cumplimiento fiel del compromiso ético y de todas las normas; hacer de la empresa una gran familia; innovar; reinvertir en la propia obra, sin medir los obstáculos que crean las guerras, la inestabilidad política o económica o los procesos inflacionarios. ¡Ser los más grandes, ser los mejores!
La Droguería Hamburgo comenzó sus actividades poco después de la muerte de Carlos Albrecht, el primer jefe y el primer contacto que tuvo Ernesto Schilling con Bolivia. La droguería funcionó durante sus primeros años en la calle Socabaya Nr. 266, a media cuadra de la moderna Avenida Mariscal Santa Cruz, en el centro de La Paz.
La farmacia importaba productos químicos y farmacéuticos y materia prima de origen alemán. En 1937, se hizo cargo de la representación exclusiva de la fábrica de productos químicos E. Merck Darmstadtt, de Alemania, para seguir en 1938 con la atención de otras representaciones, como ser Uzara Werk, Nordmark-Werke Hamburgo, Dragoco, Geberding & CO. y Holzminden.
En ese desafiante momento, por el contexto nacional, comenzó con la elaboración de algunas fórmulas galénicas y medicamentos populares como el agua oxigenada, el antiséptico Lisolín y luego Neolisolín. También ofrecía vaselina líquida, glicerina, aceite de almendras y esencias de vainilla, frutilla, grosella y guinda, alcohol medicinal o el mítico alcohol “Caimán”, que se comercializaba en botellas de medio y de un litro.
A los pocos años se incorporaron el farmacéutico regente Zenón Aliaga, Carlos Castillo, Heinz Abendroth, un alemán nacionalizado boliviano, que luego sería uno de los socios de la empresa, y el doctor Alfredo Rea Nogales. Castillo acompañó a Schilling por cuatro décadas, en diferentes etapas y emprendimientos. Rea Nogales era desde joven uno de los mejores farmacéuticos. Había combatido en la Guerra del Chaco y fue prisionero en Paraguay hasta 1935. Él, como Ernesto, sabía lo que significaba la muerte en las batallas. Comenzó a trabajar en la droguería en 1940.
Los despachos al interior se multiplicaron a través de las distribuidoras más prestigiosas del país, como Paulsen & Co. (Oruro y Potosí), Methfessel Ltda. (Tarija), Casa Víctor, de Hans von Landwuest (Sucre), Arnold Glaeser Ltda. (Cochabamba), Miranda Ltda. (Santa Cruz) y Alstadt & Co. (Trinidad).
El año 1937 marcó el rumbo de la empresa cuando Schilling desarrolló la fórmula secreta del Mentisan. Apenas un año después de sus primeras búsquedas encontró la combinación adecuada. La fórmula era sencilla, aunque el truco estaba en la proporción de los ingredientes, secreto que se guarda celosamente. El ungüento era capaz de combatir el resfriado, la gripe, los dolores reumáticos, los de cabeza, las picaduras de insectos o las quemaduras. Una combinación útil para las dolencias más corrientes y más molestas.
Es una pomada olorosa elaborada con aceites esenciales de eucaliptol, pino, mentol y salvia, esencia de trementina, que es un aromatizante, y vaselina blanca. Utiliza alcanfor (racémico), una sustancia blanca y cristalina con propiedades analgésicas y antisépticas que se obtiene del árbol Cinnamonum Camphora, muy eficaz para suprimir la tos, como ya conocían los babilónicos. Y tiene también mentol, un compuesto orgánico que se encuentra en las plantas de menta, empleado para aliviar el escozor de la piel, la boca y la garganta.
Unos calderos de cobre servían para calentar la materia prima. Los pocos empleados se alternaban para mezclar los ingredientes que les daba Schilling. Con paciencia y cálculo certero, se sacaba la medida exacta con la ayuda de una lecherita de aluminio y se la colocaba en pequeñas latitas, reflejando los ingredientes el verdor de la floresta.
En la tapa estaba grabado el nombre Mentisan y en el dorso se detallaban sus aplicaciones, tantas que parecían ofertas de un bazar en Bagdad. Más abajo destacaba una frase histórica: “Hecho en Bolivia”. Empezaba una historia. ¿Quién aconsejó ese nombre? Nadie lo sabe con exactitud. Probablemente el propio joven alemán combinó las palabras “menta” y “sanar” para llegar a la denominación de la marca.
Cada latita se podía transportar sin dificultad y ese fue un primer acierto. No se rompía, no ocupaba espacio y no causaba alergias. Además, ¡era barata! Pronto, Mentisan reveló su carácter fundacional. Con este medicamento la industria farmacéutica nacional se fortaleció. Las fórmulas caseras, mágicas y hasta las magistrales cedían lugar a un producto elaborado científicamente, en cantidades crecientes y con una fórmula nacional.
Las ventas empezaron a diferenciar el liderazgo de la Droguería Hamburgo frente a la competencia. Sin embargo, la guerra europea lejana, pero con alcance mundial, llegó también a entorpecer la vida de los bolivianos y de los inmigrantes alemanes y japoneses. Schilling y su familia fueron obligados a salir de Bolivia. Sin embargo, a pesar de tener trabajo en Argentina, el alemán decidió volver al país, donde había formado su hogar con Lizzy Kriete y donde habían nacido sus hijos Ernesto y Dieter.
Contaba que algunos amigos lo juzgaron como “loco” cuando les anunció que iba a apostar por la industria nacional. Trazó un plan para importar máquinas modernas, emplear a recursos humanos nacionales y comenzar a vender el sello de la nueva empresa: Droguería y Laboratorios INTI, fundada en 1947 para reemplazar a la antigua Droguería Hamburgo. INTI se convirtió en un sello fundamental de la época. La visión de Schilling fue invertir y modernizarse en medio de crisis como la del 52 o del 85.
El resultado se traduce hoy en la fábrica de medicamentos más moderna del país y una de las mejores del subcontinente, ubicada en El Alto, con 700 trabajadores, la mayoría mujeres. Mentisan sigue como el producto estrella. En los últimos años, acorde con el desarrollo industrial y económico de Bolivia, Mentisan dio nombre a otros productos contra los resfríos, como los sobres granulados o el jarabe. INTI también lanzó nuevos y modernos productos, pero nada como la “latita verde” que tanto une a los bolivianos.
ANF
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